jueves, 4 de diciembre de 2008

EL PADECIMIENTO ANTE LA ENFERMEDAD

César Hueso Montoro1
1Diplomado en Enfermería, Licenciado en Antropología, Doctorando del programa Enfermería y Cultura de los Cuidados de la Universidad de Alicante. Coordinador docente de la Fundación Index, Granada, España
Introducción

El ensayo de Gálvez, La Medicina bajo sospecha, siete ejercicios especulativos, comienza citando una obra de Ivan Illich, Némesis Médica, en la que se acuña el término de iatrogénesis social para alertar del “daño médico que está provocado por la creación de una salud enferma que genera falsas necesidades y dependencia de las personas y de la sociedad hacia la burocracia médica y su organización”.1 Esta reflexión sugiere meditar sobre la hegemonía del enfoque positivista en la investigación y la atención de las situaciones de salud y enfermedad. Si bien es cierto que la Medicina ha generado importantes avances en los últimos años en pro de la curación de las enfermedades, paralelamente se ha desarrollado un proceso de deshumanización en la atención de las personas que las padecen.2,3 En este sentido, la obstinación por la enfermedad, entendida como patología, y la negación de la naturaleza bio-psico-social del ser humano, ha deslegitimado la importancia de las respuestas humanas que, en forma de padecimiento, acontecen ante cualquier proceso patológico.

Este artículo tiene como objetivo reflexionar sobre el fenómeno del padecimiento ante una enfermedad. Para ello se propone una indagación en un triple sentido: (a) en primer lugar se parte de un análisis del concepto de enfermedad y padecimiento; (b) a continuación se analiza el fenómeno del padecimiento desde la perspectiva social, tomando como referente teórico la teoría de la representación social de Moscovici y (c) finalmente se indican algunas cuestiones prácticas relacionadas con el papel de los profesionales en la gestión del padecimiento de los enfermos.

Análisis del concepto de enfermedad y padecimiento
El significado de la enfermedad varía en función del paradigma y la perspectiva desde la que se aborda. Desde el paradigma positivista, propio del ámbito de la biomedicina, se concibe la enfermedad desde un punto de vista mecanicista o biologicista, de manera que se prioriza la alteración orgánica que acontece en el cuerpo humano, obviando la subjetividad inherente a dicho proceso.4 Quijano5 propone que ya desde la medicina hipocrática y hasta hoy las historias clínicas no se han preocupado por indagar en la subjetividad del enfermo, en el modo en que afronta y enfrenta su enfermedad; en cambio han centrado su interés sobre el diagnóstico y la terapéutica de la enfermedad. Así, por ejemplo, en muchas ocasiones la propia organización de un hospital evidencia esta priorización hacia la alteración orgánica, de tal forma que las personas que allí acuden son clasificadas por su patología y no por las necesidades que presenten; pudiendo darse el caso de que coincidan en un mismo espacio físico –habitación- dos sujetos con una misma patología que tengan necesidades y respuestas humanas diametralmente diversas.

Frente a la doctrina positivista se encuentra la doctrina humanista o fenomenológica, que defiende que el modo en que los sujetos perciben su enfermedad y le dan significado a través de las necesidades que demandan está fuertemente influenciado por su contexto social y cultural. El primer paso para entender la enfermedad desde la doctrina humanista es considerar al paciente como una persona. El humanismo se define como el interés del profesional por curar y aliviar los problemas de salud que se presentan en los pacientes, pero no considerándolos como cuerpos humanos sino como personas. Persona alude a una unidad somato-psíquica-social conformada por una serie de creencias, valores y costumbres estrechamente vinculados con la sociedad y la cultura, lo cual condiciona su manera de interpretar y expresarse ante situaciones como la enfermedad.6 Esta visión propone romper con el estigma de la pasividad de los pacientes, quienes pasan a convertirse en sujetos activos que son escuchados y tomados en cuenta en el control y manejo de sus enfermedades.

La perspectiva fenomenológica propone pues una “migración al reino de los enfermos, lo que implica incluso redefinir alguno de los términos tradicionales utilizados para referirse a ellos, optando por concebirlos como sujetos o personas que tienen una determinada enfermedad, sustituyendo los términos tradicionales con connotación biomédica, como son los de enfermos, pacientes (el mismo término de paciente asume la idea de que se trata de alguien débil, dependiente, indefenso) o aquellos derivados de una patología al referirnos a ellos como tuberculosos, diabéticos o sidosos”.7

En base a lo anterior, se puede concluir que la enfermedad se vertebra en torno a una triple dimensión:
a) Dimensión biológica: Se sustenta en la anormalidad o disfunción fisiológica o estructural de base orgánica. En la terminología inglesa se acuña como disease y se refiere a la enfermedad propiamente dicha o en “sentido recto”, avalada por un conocimiento objetivo de los signos y síntomas manifiestos. Algunas acepciones para referirse a esta dimensión son el de enfermedad en tercera persona,8 enfermedad-enfermo4 y otros autores la catalogan como patología o estado patológico.9
b) Dimensión subjetiva: es aquella que aborda la enfermedad desde la perspectiva emic, es decir, trata de responder a la pregunta de cómo se siente el sujeto, cuáles son sus vivencias, cómo afecta a su vida. Dicho de otro modo, hace referencia a la experiencia cultural y personal de la enfermedad, lo cual, a veces, es más importante para la persona que el propio estado patológico.10 En inglés se emplea el término illness; otras acepciones para definir esta dimensión son el de enfermedad en primera persona,8 o padecimiento-paciente.4
c) Dimensión simbólico-social: en inglés se utiliza el término sickness. Jean Benoist4,11 considera que sickness permite dar cuenta de las condiciones sociales e históricas de elaboración de las representaciones sociales del enfermo y de las del profesional de la salud, cualquiera que sea la sociedad involucrada. Este mismo autor considera que esta dimensión “ha de utilizarse para designar el proceso de socialización del disease y del illness, permitiendo analizar los discursos, comportamientos y las prácticas sociales ante la enfermedad”. Amezcua4 define a esta dimensión como malestar, y lo asocia con las construcciones sociales que la sociedad elabora en torno a la enfermedad.

La disquisición paradigmática, positivismo versus fenomenología, también ha encontrado eco en la investigación desarrollada en el campo de las ciencias de la salud, y en particular en la disciplina enfermera. Así, el paradigma positivista se proyecta en lo que se conoce como metodología de investigación cuantitativa, que pretende producir y verificar el conocimiento enfermero mediante la utilización de métodos complejos de control y análisis matemático; mientras que del paradigma fenomenológico emerge la investigación cualitativa, que pretende conocer y comprender el objeto de estudio de la Enfermería, las respuestas humanas, desde la propia perspectiva de los sujetos. Los valores tradicionales de la enfermería, holismo y humanismo, implican métodos de investigación y modelos de análisis que contemplen las respuestas humanas en su contexto social y cultural.12,13 Por lo tanto, alegar que la investigación cualitativa es ajena a la tradición científica de las Ciencias de la Salud es una falacia; ambas metodologías y ambos paradigmas son necesarios en un contexto en el que la persona que tiene una enfermedad se convierte en un actor social del mismo.14 Al hablar de investigación en enfermería, irremediablemente se debe aludir al movimiento de la Enfermería Basada en la Evidencia (EBE). Originariamente esta corriente surge en el campo de la medicina y nuevamente hegemonizada por el paradigma positivista, que dictamina que el único conocimiento válido para la toma de decisiones en la práctica asistencial es aquel que procede de métodos de investigación cuantitativos, particularmente los de tipo experimental.15 Pasar de la Medicina Basada en la Evidencia a la EBE ha implicado un ejercicio reflexivo que ha derivado, entre otros aspectos, hacia la consideración de la investigación cualitativa como fuente útil de evidencias para la toma de decisiones en la práctica clínica.16-20 E incluso, el movimiento de la evidencia científica ya apunta al desarrollo de métodos de síntesis de la evidencia procedente de ambas metodologías.21
Hasta ahora se ha procurado clarificar el enfoque paradigmático y conceptual que alude al fenómeno enfermedad. El otro elemento conceptual en el que se sustenta este trabajo es el padecimiento. La Real Academia de la Lengua Española define el padecimiento como la “acción de padecer o sufrir daño, injuria, enfermedad, etc.”22 Tradicionalmente, sufrimiento y padecimiento han sido considerados términos sinónimos, sin embargo, y en base a las definiciones aportadas más adelante, se van a considerar diferentes, asumiendo, no obstante, que son dos constructos íntimamente conectados entre sí.

En la literatura científica, una de las definiciones más aceptadas acerca del sufrimiento es la que aporta Casell.23-26 Para este autor el sufrimiento se refiere a un estado de pena severa asociada a acontecimientos que el sujeto percibe como una amenaza a su persona y que continúa mientras permanezca esa percepción y no se restaure su integridad, en muchas ocasiones por mecanismos de afrontamiento, entendiendo afrontamiento como una respuesta defensiva que la persona desarrolla en un contexto o situación particular.27 En cambio, el padecimiento es inherente a la enfermedad, es una experiencia vivida en su totalidad28 y se ampara fundamentalmente en su dimensión subjetiva, es decir, trata de explicar cómo la persona vive con su enfermedad. Mercado-Martínez et al.7 coinciden en señalar la diversidad de acepciones con la que se ha tratado el problema en la literatura científica (experiencia del padecimiento, experiencia de la enfermedad, experiencia del proceso salud-enfermedad, experiencia social de la enfermedad, son algunos de estos términos) y lo definen como un “fenómeno social cambiante de naturaleza subjetiva en el cual los individuos enfermos y los integrantes de su red social cercana perciben, organizan, interpretan y expresan un conjunto de sentimientos, sensaciones, estados de ánimo o emocionales, sensaciones corporales, cambios en la apariencia física, alteraciones en los sentidos, y una serie de eventos ligados y/o derivados del padecimiento y de su atención, todo ello en el marco de las estructuras, relaciones y significados sociales que lo determinan y moldean”. Por ello, desde la doctrina humanística, el sufrimiento se identifica como una respuesta emocional que puede estar integrada como un elemento más de un fenómeno global denominado padecimiento, lo que implica que no siempre todas las experiencias de padecimiento tengan por qué acompañarse de sufrimiento.

Así pues, indagar en el padecimiento de la persona que tiene una enfermedad supone explorar varios planos: el plano de las molestias físicas o sintomáticas (disease), el plano de las interpretaciones o significados para la persona que lo está viviendo (illness);6 además, hay que tener en cuenta que las interpretaciones y significados asociados a la enfermedad son vividos como una experiencia socialmente constituida, es decir, basada en la intrasubjetividad e intersubjetividad de los sujetos inmersos en un contexto cultural determinado (sickness).29 Varios estudios de investigación corroboran este hecho: Thorne et al.30 en un metaestudio cualitativo acerca de la experiencia de la enfermedad crónica concluyen resaltando la complejidad inherente a este fenómeno; en la línea del anterior, Ironside et al.31 destacan que el enfoque hacia el estado funcional del sujeto no justifica adecuadamente la experiencia de la enfermedad crónica, por lo que se sugiere descentrar el foco de atención en el tratamiento sintomático dando igual cobertura a la influencia de los significados que los sujetos atribuyen a la enfermedad; los trabajos de Blanca Gutiérrez et al.32 y Solano et al.33 acerca del padecimiento de los pacientes coronarios en Unidades de Cuidados Intensivos señalan que uno de los temas más relevantes que emergen del discurso de los informantes es el miedo que acompaña al padecimiento de esta enfermedad, el cual no sólo afecta a dimensiones esenciales de la enfermedad -miedo al dolor, al sufrimiento, a las posible secuelas, a no recuperarse-, sino que también afecta a esferas de la vida de los sujetos como la relaciones familiares, el trabajo, la realización de tareas domésticas o el ocio.

El padecimiento desde la teoría de las representaciones sociales de Moscovici
Algunos modelos explicativos del padecimiento han tenido su origen en las ciencias sociales, basándose en la premisa de la construcción social de la realidad. Por ejemplo, desde la perspectiva de Bordieu34 se considera que todo sujeto dispone de una serie de condicionantes existenciales de tipo social, económico y cultural que generan un esquema o estructura –habitus- de prácticas y representaciones que utilizará para organizar sus acciones y dar respuesta a la enfermedad.
Otra de las corrientes teóricas de análisis procede de las teorías de las representaciones sociales. Jodelet35 define a las representaciones sociales como los conocimientos específicos que proceden del sentido común y que son utilizadas por el sujeto para comprender e interaccionar con el entorno social. A este respecto, Banchs36 señala que no hay que olvidar que la representación social condiciona la comprensión del entorno, pero a su vez estas representaciones emergen y son condicionadas por la interacción del sujeto con su entorno social y cultural.

En la Psicología social francesa encontramos una de las principales aportaciones al campo de las representaciones sociales a través de la teoría elaborada por Serge Moscovici.37 Partiendo del concepto de representaciones colectivas de Durkheim, Moscovici considera a la representación social como una modalidad particular de conocimiento que condiciona el comportamiento del sujeto y su integración e interacción con otros miembros de su grupo social ante un determinado fenómeno, partiendo, tal y como apuntaba Jodelet, del conocimiento del sentido común acerca de ese fenómeno. Además, lejos de ser considerado un proceso arbitrario, Moscovici plantea que la construcción de las representaciones sociales se constituye en torno a sistemas cognitivos con una lógica y un lenguaje propio. A continuación se describen los cuatros elementos que integran esta teoría:
- Condiciones de emergencia de la representación social:
a) Dispersión de la información: se refiere a la cantidad y variedad de información de la que se dispone acerca de un fenómeno.
b) Focalización: se refiere al atractivo o pertinencia que ese fenómeno genera en el individuo y en el colectivo en el que está inmerso.
c) Presión a la inferencia: se refiere a la necesidad de indagar en el conocimiento social de ese fenómeno fruto de la focalización del mismo. Es decir hay una “obligación social” que implica dar respuesta y definir una posición social frente a ese fenómeno.
- Dimensiones de la representación social:
a) La información: es el acervo de conocimientos que un individuo posee acerca de un determinado fenómeno de naturaleza social. Esa información se forma en los individuos en sus relaciones cotidianas.
b) El campo de la representación: alude a la jerarquización que se hace del contenido de una representación, encontrándose variación intra e intergrupo. Implica considerar la globalidad del campo de la representación.
c) La actitud: se refiere al aspecto emocional de la representación, o lo que es lo mismo, al posicionamiento -en base a los sentimientos, creencias etc.- favorable o desfavorable del sujeto hacia la misma.
- Dinámica de la representación social: Moscovici identifica dos procesos de índole social que permiten convertir un conocimiento en representación social y a ésta otorgarle poder de influencia o cambio sobre lo social:
a) Objetivación: este primer proceso trata de explicar el paso de un conocimiento científico sobre el fenómeno que se quiere representar al dominio público. Dicho de otro modo, la objetivación “traslada la ciencia al dominio del ser, presenta cómo los elementos de la ciencia se articulan en una realidad social”.
b) Anclaje: se podría definir a este proceso como la socialización de la representación del fenómeno en el grupo social. Si la objetivación trata de explicar “el paso de la ciencia al dominio del ser, el anclaje lo delimita en el del hacer”. Es decir, el anclaje hace funcional a la representación en el grupo social, en tanto que modela las relaciones sociales y el modo de expresarse.
- Determinación de una representación social: las determinaciones descritas por Moscovici tratan de explicar el papel que juega tanto el individuo como la sociedad en el proceso de construcción de una representación social. Así las condiciones históricas y socioeconómicas de una sociedad configuran lo que se denomina como determinación social central, que se encarga de regular el surgimiento y el contenido de la representación, mientras que la determinación social lateral es la que alude a la subjetividad del individuo, más ocupada de los aspectos cognoscitivos y expresivos del proceso.

Por tanto, nos encontramos ante un proceso que permite al sujeto desarrollar de un modo sistematizado un pensamiento natural en torno a un fenómeno, además de proveerse de un modo de responder socialmente ante el mismo.

La aplicación de la teoría de las representaciones sociales al estudio del padecimiento ante la enfermedad es perfectamente factible, ya que este fenómeno se configura como una experiencia vertebrada en torno al conocimiento científico, a la subjetividad del individuo y a la interacción que éste establece con su grupo social, constituyendo una fuente de significados colectivos e individuales que condicionan el modo en que un sujeto actúa y responde ante él. En palabras de Torres9 el estudio de las representaciones sociales del padecimiento “comprenden no sólo información sobre las concepciones colectivas de lo que constituye el enfermar, padecer y atender una enfermedad, sino también sobre cómo estos procesos fueron construidos y reelaborados a la luz de las experiencias personales y las compartidas, ya sea con otros enfermos, familiares, profesionales de la salud e instituciones”. La figura 1 ilustra un modelo de aplicación de la teoría de las representaciones sociales de Moscovici al conocimiento del padecimiento ante una enfermedad.

El papel del profesional en el padecimiento ante la enfermedad
En base a lo expuesto en epígrafes anteriores, es obvio afirmar que la orientación humanista debiera ser la que ponderara la atención que los profesionales brindan a la persona que tiene una enfermedad. La humanización de la asistencia sanitaria es labor de gestores, profesionales y pacientes;38 así, el ejercicio humanista debe hacerse patente en un doble sentido: en primer lugar, reconociendo la subjetividad de la enfermedad, en tanto que debe ser entendida como un proceso que es vivido de un modo particular por un individuo que a su vez tiene una serie de particularidades sociales y culturales; en segundo lugar, el papel del profesional debe ir encaminado al manejo de esa situación con el objeto de prestar un apoyo lo más congruente y competente posible con el padecimiento,6 para lo cual se requiere de una adecuada formación de pregrado y posgrado en materia de relación terapéutica.39 Algunos de los modelos y teorías enfermeras son claros a este respecto: por ejemplo, corrientes como la Enfermería Transcultural,10,40 encabezada por Leininger, sitúan como eje de la actuación de la enfermera la preservación de la cultura de la persona, en lo que ha venido a denominarse competencia cultural; teorías como las de Paterson y Zderad41 o Watson42 destacan la experiencia fenomenológica y existencial en la que se circunscribe la relación enfermera–sujeto, tal que la influencia que se ejerce en esa relación está basada en la reciprocidad y el diálogo humano; o la teoría del devenir humano de Parse,42 quien considera que el centro del cuidado se encuentra en el significado de la experiencia vivida por la persona y la familia.

En este sentido, una alternativa complementaria radica en el conocimiento de la representación social de la enfermedad. La representación social induce al sujeto a posicionarse ante su enfermedad y ante el modo de atenderla y manejarla; si los profesionales de la salud no indagan sobre esa representación se corre el riesgo de no entender en su totalidad el proceso, de modo que es posible que sus propias representaciones no coincidan con la de los enfermos y su red social, o lo que es lo mismo, que la enfermedad del paciente no coincida con la enfermedad del profesional.9

Por último, destacar que la impronta de la dimensión sociocultural es patente en diversas áreas del cuidado. Así, la idea de excelencia del cuidado43 que actualmente abandera muchos de los modelos de gestión en enfermería, exige al profesional un conocimiento amplio y exhaustivo del entorno social y cultural en el que irrumpen las situaciones de salud y enfermedad. A su vez, la tan nombrada Investigación de Resultados en Salud determina que el enfoque exclusivamente centrado en parámetros biomédicos no tiene suficiente poder explicativo, si no tenemos en cuenta que van a estar influenciados por las respuestas humanas,44 las cuales están condicionadas por el contexto social y cultural en el que vive inmersa la persona.

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EL ENFERMO Y SU SITUACION VITAL


Dr. Julio Borges Iturriza
Individuo de Número
*Presentado en la sesión de la Academia Nacional de Medicina del día 27 de marzo de 2003.

El avance tecnológico alcanzado por la medicina en las últimas décadas ha hecho que los aspectos éticos de la actividad médica, contrariamente a lo que algunos pudieran esperar, han recibido una atención creciente ya que, precisamente, el uso y abuso de los recursos técnicos determinan cambios en la praxis médica que obligan a replantear las relaciones entre la ética y la medicina. Indudablemente, la medicina científica ha logrado avances incuestionables en el diagnóstico y la terapéutica de muchas enfermedades; sin embargo, se ha repetido hasta el cansancio que la tendencia tan arraigada de estudiar "enfermedades" y no "enfermos" es reprobable, entre otras razones porque el problema que aqueja al paciente no está resuelto simplemente al etiquetar la enfermedad, no teniendo en cuenta que lo que el paciente realmente desea, consciente o inconscientemente es estar seguro que su condición particular ha sido comprendida, única manera de lograr una relación médico-paciente exitosa. Claude Bernard, representante a ultranza de la medicina científica ya lo había vislumbrado en pleno siglo XIX al afirmar: "el médico se ve con frecuencia obligado a tener en cuenta en sus tratamientos eso que llaman influencia de lo moral sobre lo físico y por consiguiente una multitud de consideraciones de tipo familiar o de posición social que nada tienen que ver con la ciencia" (1). En este sentido y como una contribución a un mejor conocimiento de la persona enferma, además del diagnóstico de la enfermedad, considerada como un hecho biológico y de los aspectos emocionales presentes siempre en el enfermo, creemos que ubicar la persona en su situación vital contribuirá significativamente a entenderla mejor.

La noción de situación vital está relacionada con el concepto de "mundo" de los filósofos existencialistas, y se refiere, esencialmente, al conjunto de seres y cosas con los cuales la persona establece una relación significativa; ambas, el yo (la persona) y su mundo (la circunstancia que le tocó vivir) inseparablemente, constituyen la vida de todo hombre. La circunstancia está formada por muchas cosas: seres, creencias, objetos, recuerdos, etc. que ayudan u obstaculizan a la persona en su desenvolvimiento. En este sentido puede decirse que el estado de bienestar o malestar, la manera de enfrentar la vida, sus motivaciones y sus frustraciones, dependen de muchas cosas, la mayoría de las veces, difíciles de precisar: En palabras de Ortega: "Somos la persona que vive una vida particular y concreta con las cosas y entre las cosas… el hombre no tiene más remedio que hacerse cargo de la situación, esto es, de sus circunstancias" (2).

"La naturaleza de la situación", al decir de Nicol (3), "depende del modo como yo estoy en o ante determinados acontecimientos y personas". El mundo o la situación vital no es una colección de entes: lo que la define son las relaciones que se establecen entre ellos; enumerarlos aporta muy poco ya que cada uno de ellos adquiere significado cuando se considera en su relación con los otros.

Se vive, pues, permanentemente en una situación vital la cual es cambiante y dinámica, ya que nuestra circunstancia, en cualquier momento puede modificarse, bien sea que varíen los elementos que la integran o bien sea que cambien las relaciones existentes entre ellos; estos cambios darán lugar a un "reacomodo" de la situación en su conjunto, para bien o para mal, que determinará un proceso de adaptación a las nuevas condiciones. El ejercicio de la medicina tiene su base en la relación médico-paciente; cada uno de ellos, el médico y el paciente, son personas que en forma conjunta, enfrentan un problema como es el de restituir la salud que se ha deteriorado; no es exacto decir que de este encuentro se origine una situación vital: en realidad, cada uno de ellos vive su propia situación la cual, ineludiblemente se modificará, al ingresar el otro, provocando cambios en las relaciones establecidas entre los elementos que configuran cada situación.

Es posible distinguir entre las situaciones vitales que podríamos denominar fundamentales de otras que denominaremos situaciones límites; las primeras forman nuestra vida cotidiana, dentro de su cauce transcurre nuestra vida. Las otras, las situaciones límites, son aquellas generalmente cambiantes y transitorias, en las que un acontecer de especial relevancia determina "que la vida cambie", que nuestro devenir vital tome un rumbo distinto: puede ser una manera diferente de interpretar la realidad o de la llegada inesperada de un nuevo componente situacional como sería la irrupción de una enfermedad, que al modificar la fisiología del sujeto, cambia en forma transitoria o permanente, la situación vital como un todo. La enfermedad cambia la persona; en palabras de Weisacker "la enfermedad es un modo de ser del hombre" (1).

Al aparecer la enfermedad todo se transforma: el mundo de un hemipléjico es totalmente distinto al que tenía cuando gozaba de buena salud y sus motivaciones son otras. "La enfermedad le cambió la vida", es la expresión popular que resume esta tragedia y pone en evidencia el hito que la enfermedad produce en la biografía de la persona.

Dependiendo del diagnóstico y del pronóstico, la enfermedad, de cierta manera, produce una situación vital distinta y los cambios son tan contundentes que pueden compararse a los que, en el ámbito social, ocurren en tiempos de guerra. A este respecto, es ilustrativo la descripción que hace Julián Marías de la situación que se vivió en tiempos de la guerra civil española (4); basta sustituir la palabra guerra por enfermedad para comprender la dramática situación. "...la guerra es un estado, algo en que se está. Se vive dentro de la guerra, en su ámbito. Las cosas se ordenan en otra perspectiva; el tiempo cambia de ritmo, emplazamiento, significación; pierden importancia muchas cosas, las adquieren otras; ciertas dimensiones de la vida humana, hasta entonces olvidadas, se ponen en primer plano, por ejemplo el valor; se altera el "umbral" de la inquietud, la inseguridad, el temor; surgen relaciones inesperadas, crueles o fraternales; los individuos dan la medida de sí mismos al estar expuestos a tensiones, tentaciones, peligros, esfuerzos; se conocen en dimensiones antes ignoradas".

Sin conocer su situación vital difícilmente se podrá llegar a conocer, realmente, a una persona, y desde el punto de vista terapéutico, cualquier ayuda sería posiblemente ineficaz y hasta contraproducente si se dirige a la persona desarraigada de su mundo. Tratar de comprender a los pacientes en todas sus dimensiones es la obligación central del médico: no es lo mismo analizar las personas aisladamente que tomar en cuenta el respectivo mundo en el cual están insertas. Debería realizarse, para ello, un esfuerzo que en cierta forma sería como tratar de ver su mundo a través de sus propios ojos, e intentar conocer sus valores, sus motivaciones, el sentido de su vida, su visión de futuro, en una palabra, su proyecto de vida.

Una de las características relevantes de las situaciones vitales es su dimensión temporal. El existir implica la percepción del transcurrir del tiempo; sin embargo, la conciencia del paso del presente al futuro no siempre es igual y se agudiza en ciertas situaciones límites, como es el caso del hombre enfermo, cuando la finitud de la existencia se hace patente ante la amenaza de la muerte, que se siente cercana y el futuro se vuelve impredecible. Cosa bien distinta ocurre en condiciones normales, cuando anticipamos que el orden natural de las cosas va a mantenerse y confiamos que todo seguirá lo mismo que hasta ahora, y que los cambios que puedan ocurrir en el futuro son previsibles y dependerán, en buena parte, de nuestras decisiones. Cuando se produce una perturbación que nos desconcierta se origina una situación límite, en la cual la sorpresa y desazón, el no saber que hacer, caracterizan nuestro comportamiento. La idea de que el futuro es imprevisible es el origen de la angustia existencial consustancial de todo ser humano. Cuando aparece la enfermedad, la incertidumbre, el miedo a la muerte y el desconcierto producido por la nueva situación, provocan, de cierta manera, un cataclismo que transforma la situación vivida hasta ese momento.

Existe otro concepto, que ya hemos asomado, ligado íntimamente a la noción de situación vital y es el de "proyecto vital". La vida es un continuo hacerse; la vida de cada hombre es esencialmente un proyecto por hacer. La realidad de esta vocación íntima ya lo vislumbraba Aristóteles cuando afirmaba: "los hombres somos arqueros que buscan el blanco de sus vidas". La inserción del individuo en su situación, limita, condiciona y hasta cierto punto determina su desenvolvimiento como ser humano. Este proceso de desenvolvimiento está orientado por el proyecto de vida, el cual, a largo de los años se va desarrollando. Tratar de realizarlo es el quehacer central de cualquier hombre; lograrlo, aunque sea parcialmente, es un componente esencial de la felicidad humana. La enfermedad, cuando es crónica determina limitaciones que provocan alteraciones en el proyecto vital y que obligan a modificarlo llegando, en casos extremos, a producir tal grado de incapacidad que da lugar a lo que se ha denominado la muerte biográfica de la persona.

Es oportuno y confiamos que provechoso, considerar las diferencias, como ha sido planteado por Tauber (5), en cuanto a significado, entre las palabras inglesas "illness" y "disease". La primera podría traducirse por "dolencia" en el sentido que el paciente la percibe como algo molesto que lo perturba transitoriamente pero que no afecta, significativamente, su mundo ni su proyecto vital. Disease corresponde a "enfermedad", algo que lo compromete como persona, que modifica su situación vital, que menoscaba su independencia, que trastorna su proyecto vital. Personalizándolo, podríamos decir que la irrupción de la enfermedad en mi vida se manifiesta primariamente como una restricción de mi mundo, el cual se vuelve más pequeño, más limitado. Probablemente, la inseguridad que genera la enfermedad es uno de sus efectos negativos más relevantes: sentirse dependiente, sentir disminuida su capacidad de decisión es, quizás, la minusvalía más dolorosa del hombre enfermo; reflexionar sobre estos aspectos nos parece interesante para comprenderlos mejor.

Cuando se hacen afirmaciones tales como: "El mayor beneficio para el enfermo ya no lo decide el médico sino que debe ser decidido por el enfermo y su familiar subrogado, en base a sus valores" (6), se sigue fielmente el "principio de autonomía" preconizado en los textos de bioética, pero se simplifica y desvaloriza, lamentablemente, el papel del médico, el cual se reduce a comunicar al interesado, objetivamente, la información que, desde el punto de vista de la medicina científica, se juzgue necesaria para que tome la mejor decisión, pero dejando al paciente en su soledad. Esta actitud, que representa una tendencia bastante generalizada, promueve, aun sin proponérselo directamente, una deshumanización de la medicina: se considera que no es conveniente que el médico se aproxime emocionalmente al enfermo y sus problemas, sin tener en cuenta que el paciente, la mayoría de las veces, se siente solo y confuso, sometido a fuerzas extrañas que no comprende ni puede dominar. El paciente se hace más dependiente y tiende a centrar su vida en la enfermedad; en estas condiciones la actuación del médico, sus palabras, su actitud, pueden tener la fuerza necesaria para variar, quizás temporalmente, la vida del paciente y del grupo familiar.

Aun en condiciones normales tomar decisiones en forma totalmente autónoma, no es habitual; sumergido en el mundo que le tocó vivir, el sujeto busca ayuda, sugerencias orientadoras, que le permitan tomar la mejor decisión. Las tradiciones familiares, las experiencias previas, las creencias religiosas son relevantes en este proceso. Damasio (7) ha insistido que el razonamiento en que se fundamenta la toma de decisiones nunca es frío y objetivo sino que, al contrario, el componente emocional, inevitablemente, se mezcla con los elementos cognitivos, guiando, en cierto modo, el proceso y comunicándole la fuerza necesaria para que pueda ser llevado a realidad.

El médico no puede conformarse, simplemente, con diagnosticar la enfermedad: intentar conocer el proyecto vital y la situación en que se ubica la persona enferma, lo ayudará a dar la orientación más adecuada que haga posible adaptarse a la nueva situación promoviendo nuevas motivaciones, intereses y objetivos que implicará, en cierta forma, seguir viviendo pero "una vida distinta".

Los familiares del paciente son parte de la situación a la cual el médico ha entrado a formar parte y muchas veces son ellos los que tienen que tomar las decisiones más importantes; el médico en todo momento, como parte de su función asistencial, deberá expresar claramente su opinión, sincera y de buena fe, para que sea considerada en el momento de tomar la decisión.

Cuando se enfoca la autonomía desde el punto de vista teórico, extrapolando principalmente los conceptos de Locke referidos al sujeto como ente político, es justo reconocer que el exagerado paternalismo no es aconsejable y que, por otra parte, es plausible reconocer que el paciente tiene todo el derecho de participar en las decisiones concernientes a su salud, respetando su dignidad como persona. Pero cuando consideramos al sujeto en concreto, en su condición de enfermo, el ideal de autonomía cambia y se humaniza, al tomar en cuenta su minusvalía. La más primaria experiencia de estar enfermo es precisamente la inseguridad en sí mismo y en este punto es oportuno citar de nuevo a Weizsacker: "La enfermedad, o más bien, el estar enfermo es un estado de necesidad que se manifiesta como petición de ayuda" (1). La finalidad del médico al incorporarse al mundo del paciente, es responder a la ayuda que el paciente solicita.

La entrada del médico modifica el mundo del paciente. La vida del hombre es por naturaleza problemática y se ha comparado, muchas veces a la condición del náufrago que trata de sobrevivir. Al ocurrir la enfermedad las dificultades aumentan y la inseguridad, connatural al hombre, se acentúa y el enfermo, en su nueva situación, establece con el médico relaciones que alivian su soledad existencial y le permiten afrontar en mejores condiciones su problema de salud. La actitud de dependencia la perciben muchas personas como parte de su enfermedad y la sensación de seguridad que pueden alcanzar, especialmente a través del médico, les confiere un bienestar positivo para el proceso de recuperación. El enfermo, al perder parcialmente su libertad, se vuelve especialmente vulnerable y su autoestima decae.

Al considerar la importancia que una decisión puede tener, no sólo para el tratamiento de la enfermedad como hecho biológico, sino para la vida del paciente como persona, es cuando se aprecia mejor la necesidad de una responsabilidad compartida entre el enfermo, el médico y los familiares.

El objetivo a alcanzar es entender, lo mejor posible, la problemática que afronta la persona enferma en su mundo, en su situación vital, o en otras palabras, tratar de entender el significado de la enfermedad en su vida con miras a lograr una acción terapéutica más eficaz. La percepción del transcurrir del tiempo es central en la vida del hombre enfermo. La vivencia del ahora y del después adquiere especial relevancia: el futuro arrastra y en cierta forma condiciona el presente. El psicoanálisis nos ha acostumbrado a escudriñar el pasado buscando ayuda para intentar resolver los problemas que nos agobian en el presente; sin embargo, cuando se trata de buscar soluciones en situaciones críticas como es la enfermedad, la temporalidad se invierte: es el futuro el que domina y el que da, realmente, sentido a la vida. Cuando se adopta una visión prospectiva, y se procura modificar y adaptar las motivaciones y los objetivos teniendo en cuenta la situación inédita, se logrará una acción terapéutica más eficaz que permita conformar un proyecto de vida más ajustado a la realidad y al mismo tiempo más gratificante para la persona. La llamada psicología existencial promovida entre otros por Rollo May (8) señala, como hecho importante a tener en cuenta, la discrepancia que existe entre las aspiraciones humanas y las limitaciones humanas que se evidencian al considerar lo que el ser humano es, lo que le gustaría ser y lo que, realmente, podría llegar a ser. Siguiendo estas ideas, esta escuela preconiza, como guía terapéutica, el desarrollo de la potencialidad de la persona, partiendo del conocimiento de la situación presente; en otras palabras, centrar todo el esfuerzo terapéutico en que la persona pueda lograr, hasta donde sea posible, la realización de un proyecto de vida satisfactorio.

No creemos que estos planteamientos sean realmente novedosos; hemos pretendido, si es posible así decirlo, teorizar, es decir, poner en palabras, lo que es una realidad para todo médico que haya ejercido responsablemente su labor terapéutica. Desearíamos, para terminar, presentar una propuesta del Alfred Tauber (5) que compartimos plenamente según la cual, se considera a la actividad médica, concretada en la relación médico-paciente, primariamente, como de naturaleza ética, de tal manera que el aspecto humanístico no sería un apéndice de la medicina "científica" sino que, por el contrario, constituye su fundamento. Este enfoque tampoco es nuevo; hace muchos años Aristóteles, en su Moral a Nicómaco (9) afirmaba que es posible llegar a ser un magnífico matemático o un excelente geómetra sin que le fuera necesario poseer la mínima cualidad moral, pero que "cualquier acción humana que tenga por objeto la perfectibilidad del hombre, como es el caso de la medicina, tiene un componente moral ineludible".

REFERENCIAS

1. Entralgo LP. El diagnóstico médico. Barcelona, (España): Salvat Editores SA; 1952.
2. Ortega y Gasset J. Obras Completas. Tomo II. Madrid: Editorial Revista de Occidente, 1961.
3. Nicol E. Psicología de las situaciones vitales. México: Fondo de Cultura Económica; 1941.
4. Marías J. Ser Español. Madrid: Editorial Planeta; 2000.
5. Tauber AI. Confessions on a Medicine Man. A Bradford Book. Londres: The MIT Press; l999.
6. d´Empaire G, d´Empaire ME, Encinoso J. Limitación de medidas terapéuticas en los pacientes críticos. Gac Méd de Caracas 2002;110(1):92-109.
7. Damasio A. Decartes´ Error. Nueva York: Putnam´s Sons; 1994.
8. Maslow AH. What’s in it for us? En: Rollo M, editor. Existential psychology. Nueva York: Random House; l969.p.49-57.
9. Aristóteles. Moral a Nicómaco. Madrid: Espasa Calpe; 1972.